Hasta el año 1990 en el país había liderazgos y partidos políticos fuertes, con diferencias ‘ideológicas’ y un gran interés del pueblo por participar en las luchas por la libertad, democracia y justicia social.
Factores nacionales e internacionales liquidaron esa efervescencia participativa y esa perspectiva de confrontar puntos de vista, estilos y herencias patrióticas.
La decadencia de los liderazgos post-Trujillo, que habían sobrevivido hasta los noventa con lucidez (Juan Bosch y Joaquín Balaguer) y la enfermedad de José Francisco Peña Gómez, fueron creando un vacío profundo.
A su alrededor se formó un relevo mediocre que primero convirtió sus partidos en agencias de ascenso social, control del Estado para hacer fortunas y el Presupuesto en una caja chica para comprar adeptos incondicionales para su propia causa.
El pragmatismo se abrió paso al interior del Partido Reformista (PRSC), del Revolucionario Dominicano (PRD) y finalmente del de la Liberación Dominicana (PLD), lanzando al basurero sus sueños de liberación y redención del pueblo, canjeados por potabilidad con la oligarquía y los poderes neocoloniales.
Quien primero sintió los efectos de la decadencia del liderazgo fueron los reformistas. La ceguera de Balaguer les permitió crear un círculo de logreros y busca cargos que llevaron a ese partido –el que más tiempo ha gobernado- a pasar de bisagra a una entelequia ripiada en mil retazos.
Con la muerte de Peña Gómez en 1998, el PRD perdió todas sus esencias y el tigueraje político se adueñó de su rica historia y lo convirtió en oportunidad.
Llegaba la hora de que frente al pragmatismo y el ejercicio de la política como escalón de ascenso social por los principales dirigentes de los “grandes partidos”, el ciudadano respondiera ajustando cuentas en las urnas contra quienes gobiernan mal, sin importar que quien gane resulte peor.
De favorecer a “un malo conocido ante un bueno por conocer”, se invirtieron los roles y los votantes han estado castigando a “un malo conocido, aunque el que venga sea peor”.
Nació, con fuerza, el voto castigo y llegó para quedarse por largo tiempo.
Eso también lo inauguró el PRD –padre del PRM-, especialmente en el gobierno de Salvador Jorge Blanco (1982-1986), que hundió al país en un cataclismo económico y social sin precedentes, provocó su propia derrota al aplastar a sus propias bases con miseria y ametrallarlas en las calles.
Bosch debió ganar
En las elecciones de 1986, degastado el PRD, lo lógico era que toda la acumulación de descontento con el PRD se volcara a favor del PLD y Bosch. Sin embargo, votaron por Balaguer.
No fue así por una razón muy sencilla: Cuando el pueblo se lanzó a las calles en 1984 contra la carestía de alimentos y combustibles que impuso Jorge Blanco en un acechón de Semana Santa, Bosch y el PLD no participaron y en cambio llamaron a esa rebelión popular, “una poblada” sin rumbo.
Los reformistas de Balaguer sí participaron en las protestas junto a la izquierda, los sindicatos obreros, gremios profesionales y asociaciones campesinas en la resistencia a la receta del FMI adoptada por el PRD en el poder.
El voto castigo al mal gobierno del PRD-Jorge Blanco, favoreció a un Balaguer desafiante que, en su discurso de cierre de campaña, gritó con todas sus fuerzas que tenía ganadas las elecciones y que, si por alguna razón alguien intentaba escamotearle su triunfo, desde ese momento llamaba a la desobediencia civil para recuperarlo.
Aun con todos los esfuerzos que hizo Peña Gómez por recuperar a un PRD carcomido por una doble polilla (un pésimo gobierno y sus jefes buscando hacerse ricos en el Estado –y se hicieron-), no tuvo la oportunidad de reconquistar plenamente el ascendiente de masas de que gozó antes y pasó 14 años en la oposición hasta que el voto castigo llevara al poder, de carambola, a Hipólito Mejía en el 2000.
La decadencia de Bosch por razones de salud mental, el pragmatismo que imperaba en la dirigencia colectiva del PLD, integrada por una pequeña burguesía desesperada por ascender social y económicamente, los llevó a buscar un pacto por la derecha, con Balaguer y otras fuerzas, para cerrarle el paso a la candidatura de Peña Gómez, víctima de una aterradora campaña racista y patriotera.
Confluían un Balaguer buscando desquite porque Peña había provocado la reducción de dos años a su reelección de 1994 y le había impedido postularse por prohibición de la Constitución reformada; un Bosch que desde 1973 venía despreciando a Peña, personal y políticamente, y unos dirigentes peledeístas de nuevo cuño alocados por colarse en el poder.
Gobierno de Leonel
El PLD y Leonel Fernández llegaron al gobierno en agosto de 1996 con los votos más conservadores de la nación, echando por la borda sus principios de liberación, su prédica moralista por 23 años, pero separándose del pueblo como se demostró al año siguiente, con paros nacionales muy exitosos.
Al final de ese gobierno, el voto castigo contra un PLD gobernante que defraudó sus raíces políticas, que inauguró el ‘comesolismo’ como una práctica excluyente de la ayuda social y encaminó un programa de entrega de las empresas estatales a la oligarquía, le generó una derrota pasmosa en el 2000 que favoreció al PRD.
Pero otro muy mal gobierno del PRD-Hipólito, junto con el intento de reelección, se coronó con una resonante derrota, un voto castigo masivo, que como en el 1986 con Balaguer, en el 2004 favoreció la vuelta de Leonel al poder.
Esa misma tendencia iba rumbo a materializarse en las elecciones de 2012, cuando con Hipólito de candidato –sí, ese mismo que el pueblo arrojó por castigo en 2004- estuvo a punto de vencer a Danilo Medina. No lo derrotó porque su propia palabra y la actitud de Miguel Vargas de no ayudarlo, arruinó sus posibilidades.
Tenía todas las de ganar, mas no lo hizo porque entre otras cosas llamó ladronas a las trabajadoras domésticas y creyéndose ya Presidente, advirtió a quienes tuvieran cuentas por cobrar en el gobierno, que le reclamaran a Leonel porque él no iba a pagarlas.
Derrota Danilo-Gonzalo
La corrupción y la ambición de poder de dirigentes del PLD, el cansancio de ver a un mismo grupito acumulando riquezas, desató las marchas verdes desde enero de 2017 contra el PLD, que igualito que entre 1984 y 1986, motivaron el voto castigo y Luis Abinader y el PRM se benefician de ese repudio.
No fue que ganó Abinader, fue que Gonzalo-Danilo perdieron.
Ahora Abinader está empeñado en una reelección que él maldijo tanto. Y resulta que las maldiciones, según los mejores Papá Bocó haitianos, les caen a quien las clama.
Para ganar la reelección debió hacer una obra de gobierno sobresaliente, con un pueblo comiendo bien y barato, con trabajo, con dinero circulando, con el campo produciendo, con la gente estudiando, con la justicia persiguiendo a criminales y mafiosos, con las personas confiando en el futuro de su país.
Abinader busca la reelección, pero no tiene nada de aquello.
Se apoya en un ejército de tuiteros repitiendo una falsa narrativa que no resiste la realidad.
Con un voto castigo tan amplio y formidable, el nombre de quien va a derrotar la reelección, es irrelevante.
En la gran inteligencia del pueblo se dibujará la cara del vencedor, lo respaldarán y emitirán el voto castigo incontrolable para pasarle la cuenta al gobierno que quieren liquidar.
En las elecciones presidenciales de mayo de 2024 tal vez no ganará el mejor, pero perderá el peor.