Angel Lockward
Santo Domingo, RD
Que la economía dominicana, como informa el Banco Central, creció 5% no es mentira, ni es novedad, pues en promedio así ha sido en los últimos 56 años, el tema es cuánto ha crecido el PIB de las personas – no el PIB per cápita – afectado por una tasa de inflación sobre el 8% este año, no obstante la apreciación del peso de un 2%, algo poco usual – en detrimento del turismo, las zonas francas y las remesas – que sólo benefició a quienes estaban endeudados en dólares.
La pequeña barca – desde 1844 llamada República Dominicana – ha sorteado embravecidos mares afectados por la guerra fría, la devaluación del dólar en la década de los 70, aumento de precios del petróleo varias veces, crisis inmobiliarias mundiales, pandemias y exhibe, milagrosamente índices positivos inesperados y, sus tripulantes, siempre quejosos, hoy parecen tener razón cuando comentan el tema de los precios de los alimentos y medicinas, por lo que el Gobierno debe prestar atención a sus lamentos.
El PIB como “el valor de mercado de todos los bienes y servicios finales producidos usando los factores de producción disponibles dentro de un país en un periodo determinado”, es importante, sobre todo, para el Gobierno, los ricos, profesionales y clase media alta que puede ajustar sus ingresos y con ello mejorar su “PIB personal”, para el resto, sujetos a ingresos fijos y en múltiples ocasiones, a “no ingresos formales”, la inflación es el peor impuesto y la más grave calamidad en una sociedad aguijoneada para que consuma conforme a un patrón de ricos por los medios y las redes.
La República de 3.0 millones de habitantes, rural, pobre, aislada y analfabeta, que se alimentaba del conuco – en los campos – y del “diario” con el que se adquirían los alimentos cada día, en las ciudades ya no existe; ahora con 11.2 millones, es mayoritariamente urbana y, sin lugares para cultivos domésticos; sus pobres – en una sociedad abierta con gran influencia externa – tienen patrones de consumo altos y, aunque declarada libre de analfabetismo y nadie se admite como tal, lee y escribe – mal – pero sube fotos a la red a granel, aunque para ello alquila prendas de vestir, pues de lo contrario, sin ese efecto demostración, la persona cree que no existe.
Si el PIB nacional es la suma de los bienes producidos por el país, consideremos a modo de ejemplo que, los ingresos que produce el trabajo de una familia, es su PIB familiar; esa suma y su posibilidad de endeudarse, es todo de lo que dispone para sus egresos mensuales, sean consumo, ahorro o inversión: desde luego que la mayoría – que tiene renta básica o media – no tiene capacidad de guardar nada y de invertir, menos.
La crisis externa creada, primero por la pandemia y luego por la guerra en Ucrania, que generaron el desabastecimiento y escasez que impactan los precios de los alimentos – algunos producidos en la región del conflicto, no obstante los subsidios del Estado, se sintieron a lo largo del 2022 cuando el índice de precios reflejó un aumento inusualmente alto para nuestra tradición.
Para controlar ese deterioro y reactivar la economía, el órgano que hace las emisiones de papel moneda aplicó una política de tasas bajas y colocó dinero en el sistema, ahora, para controlar la inflación empezó a recoger parte de ese dinero de la calle y para ello aumentó, reiteradamente la tasa de interés, con lo que los billetes en mano del público en el 2023, se pondrán más escasos y caros con efectos en las personas que tomaron préstamos para la compra de casas, de carros – quienes pueden perderlos – y para el consumo; también recibieron las empresas y, eso tendrá alguna incidencia en aumentos en el precio de ciertos bienes y servicios producidos con dinero caro.
A mediados de año el Gobierno por su parte buscando proteger la economía doméstica se hizo aprobar una ley de exención para liberar durante seis meses de impuestos una lista de 67 artículos básicos de alto consumo, sin éxito: todos aumentaron de precio, como fueron los casos de la carne de pollo, la leche, el ajo, la harina, los aceites comestibles… y, al final, esa decisión afectó a los productores.
El índice general de precios que cubre todos los bienes y servicios de la familia en base al que se calcula la inflación, no expresa bien el hecho de que, el aumento en la carne de pollo a RD$ 85.00 o los plátanos de entre RD$ 35 y RD$ 40, es del doble y de que no andan lejos el ajo, la leche, los huevos, las habichuelas, la cebolla, el aceite y el bacalao, tampoco que, a diferencia de antes, hoy, son servicios y productos de primera necesidad, pagar el transporte, la energía eléctrica, el internet, el teléfono y el seguro médico – que en algunos casos representan el 40% de los ingresos de una familia de RD$30 mil pesos mensuales– y que antes no formaban parte del presupuesto familiar. Tampoco la educación, que hace décadas era casi toda pública.
La gente, que siempre se queja, esta vez pone el grito al cielo no porque le guste gritar, sino porque está en peligro el nivel de vida que ya alcanzaron usando jabón y papel de baño, pasta de diente, conflé – hojuela de cereales – y, eso electoralmente, es peligroso porque ya no hay conuco a donde ir a buscar maíz, gandules, batata, yuca, limones o tomates… y casi todos pagan alquileres: todo sale del PIB familiar, es decir, de los ingresos fruto del trabajo de todos los miembros y, en ocasiones, de las remesas de los parientes en el exterior para quien tiene la suerte de tenerlos y, aunque no sea su falta, el aumento de precios es una “culpa” que siempre se carga al Gobierno y, para colmo, el PIB del país, parece que será algo menor.