En la península de Samaná, junto al Atlántico y con kilómetros y kilómetros de blanca arena, está Las Terrenas. Desde Santo Domingo el trayecto puede hacerse en mayor o menor tiempo.
Mi hijo Ángel y su compañera Rossy me preguntan: “¿Quieres ir por la carretera panorámica, por la vieja o por Portillo?” La respuesta es obvia: la Panorámica, cuyo peaje duplica el de las otras: RD$ 400.00 ida y RD$ 400.00 vuelta.
La salida de la capital se hace fácil. Hay poco tráfico. Cruzamos San Isidro, rumbo a Monte Plata, y cerca del cruce de Guerra vemos cómo pasa volando un gavilán solitario. Es un ‘Ridgway´s hawk’, el llamado guaraguao.
El´Ridgway’s hawk, o gavilán de la Hispaniola, el llamado guaraguao, “es la única ave rapaz diurna que se encuentra exclusivamente en República Dominicana”.
Al poco rato, en una propiedad privada, llaman mi atención unas vacas en fila india. Pasado el letrero del río Yababobo hay cientos de palmas. “Dicen que miles”. A unos seis kilómetros del cruce de Monte Plata, un medidor lumínico de velocidad alerta: “Vas a 84”. Ángel baja a 79. Es que la carretera Nordeste es sólo de dos vías. La velocidad máxima es de 80 km.
Paramos en una bomba con una tienda muy bien habilitada y limpia. Un cartel dice Antón Sánchez, una sección en Bayaguana. El buen mantenimiento de la carretera va a la par con la asistencia vial anunciada en postes con el número telefónico.

Una miríada de nubes blancas contrasta con el límpido azul del cielo que entre ellas asoma mientras cruzamos el Parque Nacional Los Haitises. Un aviso alerta de curvas, en un paisaje verde a cada lado.
Llegamos por Arroyo Guaraguao, pueblito junto al cual hay un peaje, bomba, restaurante y arrozales. Y una motocicleta convertida en triciclo techado. Ya por Las Coles, camina erguida y en línea recta una mujer desnuda con su cuerpo tatuado. A varios kilómetros llegamos al puente sobre el río Yuna.
Sigue el verde en la llanura con los árboles al fondo. En el cruce cercano al aeropuerto Juan Bosch está, a un lado, el peaje Catey, que permite entrar a la carretera panorámica. La velocidad máxima es de 50 kilómetros por hora y el auto ha de llevar encendidas las luces (pocos hacen caso a esto). Son dos carriles y a ratos hay curvas que ascienden o descienden, mientras proseguimos entre rocas imponentes, lomas altas y palmeras que parecen elevarse desde el mar.

“¡Mira una cueva!” Es la cueva del Atlántico cuya oscura y ancha boca mira hacia la carretera, mientras a cada vuelta asoma el mar y el color de las rocas es variopinto. Aquí oscuras, casi negras. Allí rojas.
Nos detenemos en el Mirador de Cosón, cuyo pavimento de piedras irregulares, dificultan el caminar. Rossy me señala las numerosas playas de blanca arena: Cosón, Las Ballenas, Playa Bonita… ¡Hacia Las Terrenas vamos!