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Aseguradoras de salud deshumanizadas

Imagine un país donde sus habitantes no tienen rostros, solo números. Donde un sistema diseñado para proteger tu salud actúa más como un laberinto burocrático que como un refugio de esperanza. Esto que refiero no es ciencia ficción, es nuestro sistema de salud privado, regido por las Administradoras de Riesgos de Salud (ARS). Ellas están supuestas a “asegurar” la salud de los humanos, pero actuan como un robot con corazón de hojalata.

En esta historia, el protagonista es Juan de los Palotes, un empleado promedio, que un día recibe un diagnóstico devastador: ¡cáncer! La noticia llega como un golpe seco, pero lo peor está por venir. Juan, optimista, confía en que su ARS, esa entidad a la que le ha aportado mensualmente durante años, incluidos los onerosos aumentos anuales de cotización, estará ahí para respaldarlo. Pero para su sorpresa, en lugar de apoyo, encuentra un muro de indiferencia.

El protocolo es inflexible: someterse a una “evaluación”. No importa que el médico haya dejado claro que necesita atención inmediata; para la ARS, todo es cuestión de papeleo y cotizaciones, en su ecuación, Juan no es un ser humano, sino un expediente.

El robot sigue sus reglas. Los reembolsos, prometidos en 15 días, tardan mucho más. Mientras tanto, Juan acumula deudas y sufrimientos. Su tratamiento es postergado porque los formularios tienen errores que nadie explicó cómo evitar. Y el sistema no tiene prisa. Para el robot, el tiempo de Juan no es un recurso escaso, es solo un número más.

Lo más irónico de esta distopía cotidiana es que Juan, como tantos otros, no tiene opciones. Las ARS tienen el monopolio de los fondos de salud, administrando dinero que no les pertenece como si fuera suyo. La prioridad no es salvar vidas, sino ahorrar costos. Las enfermedades catastróficas, como el cáncer, no son tratadas con la urgencia que merecen, porque el comando de “urgencia” no está en su diccionario de programación.

Y así, mientras Juan lucha contra su enfermedad, también debe luchar contra un sistema deshumanizado. Un sistema que supuestamente “asegura” vidas humanas, pero que opera con la frialdad de una máquina, una que no siente, no razona, y ciertamente no prioriza la vida.

Impacto social de la deshumanización:

Casos como el que narramos, cargado de frustraciones y desconsuelos, llevaron al asesinato del CEO de United Healthcare Brian Thompson en las calles de Nueva York, en un acto de venganza, que debería dejar lecciones entorno al sistema de salud, la ética empresarial y el impacto social de sus prácticas.

La salud no debería ser tratada únicamente como un producto comercial. Cuando las decisiones financieras toman prioridad sobre las necesidades humanas, se deteriora la confianza en el sistema. Los sistemas de salud necesitan reorientarse hacia el bienestar de las personas, en lugar de centrarse exclusivamente en maximizar ganancias.

Los líderes de estas organizaciones deben asumir una responsabilidad ética más allá de las exigencias financieras, entendiendo que sus decisiones afectan no solo a sus clientes, sino también a la sociedad en general.

Reevaluar el modelo de negocios de la salud:

Es crucial analizar si los modelos actuales, que combinan la prestación de un servicio esencial con fines de lucro, son sostenibles y éticamente aceptables. La creciente insatisfacción puede ser un llamado a implementar reformas, como sistemas colectivos de salud o una mayor regulación del sector privado.

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El rol de los gobiernos:

Los gobiernos deben jugar un papel más activo en garantizar que los sistemas de salud sean accesibles, justos y centrados en el paciente. Esto podría incluir regulaciones más estrictas para las aseguradoras o la promoción de modelos alternativos, como la salud pública para todos los ciudadanos.

En este cuento real, los asegurados son los personajes olvidados. Pero la pregunta sigue en el aire: ¿seguiremos siendo piezas en este engranaje insensible o exigiremos un sistema que, de verdad, sea humano?

El autor es miembro del Círculo Delta

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