Cultura

Alex Katz, entre la poesía, la moda y la sociedad

Rubén J. Triguero

Especial para Listín Diario

Santo Domingo, RD

Tenía dudas con respecto a su arte, con respecto a sí mismo. Empezaba la década de los cincuenta del pasado siglo y Alex Katz, aún no sabía muy bien qué iba a hacer como artista. Le llamaba la atención la publicidad: todas esas enormes vallas publicitarias donde se promocionaban todo tipo de productos y la moda cambiante que introducía nuevas prendas de ropa, peinados, complementos, y los descartaba al poco tiempo con una simpleza y una velocidad que no admitía cuestiones. Por otra parte, admiraba a Jackson Pollock, a Willem de Kooning y en general el expresionismo abstracto, que se imponía con sus grandes lienzos y abrumaba con la propuesta de la pintura como expresión del interior del artista. Eso de los grandes lienzos le resultaba atractivo, le parecía interesante, pero tenía claro que él quería hacer pinturas figurativas. Entonces conoció a Ada del Moro, que se convertiría en su pareja y su gran musa, y se introduce en el entorno de los poetas de la escuela de Nueva York. Daría comienzo una gran producción de pinturas con un estilo que tendría una gran repercusión en la producción artística americana del siglo XX.

Inicios como pintor

«Cuando tenía veinte, destrocé miles de cuadros. Intentaba pintar directamente y tiré miles, pero al cabo de diez años tenía una técnica refinada.»

Hijo de una familia de rusos que emigró a los EEUU, Alex Katz nació en Brooklyn, New York, en 1927, y en la actualidad (2022) aún sigue en activo. Inició estudios en Woodrow Wilson y en 1946 ingresó en la escuela de arte Cooper Union, de Manhattan. En 1949, después de graduarse, fue beneficiario de una beca en la Escuela Skowhegan de pintura y escultura, en Maine, una academia en la que su estancia resultó fundamental para su desarrollo y crecimiento como artista. Allí le animaban a pintar al aire libre, y descubrió el uso peculiar del color para los paisajes, aunque luego estos no se parecieran en nada, «me di cuenta de que conectaba conmigo mismo y que pintaba desde el subconsciente».

Poesía y ciudad

A principios de la década de los cincuenta se traslada a Manhattan y se gana la vida realizando pinturas murales y enmarcados para una empresa. En 1951 se realiza en la Peter Cooper Gallery la primera exposición del pintor (exposición en conjunto con la que era su esposa entonces, Jean Cohen) y unos años después, en 1954, se realiza la primera exposición en solitario en la Roko Gallery. Entra en contacto con los poetas de la escuela de Nueva York, vinculándose tanto con los de la primera generación: Frank O’Hara, John Ashbery, Kenneth Koch, James Schuyler y Edwin Denby; como con los de la segunda: Ted Berrigan, Ted Greenwald, Ron Padgett, Frank Lima, Kenward Elmslie,  Tom Veitch, Peter Schjeldahl, Joe Ceravalo, Clark Coolidge, Bill Berkson, Larry Fagin, Tony Towle, Anne Waldman,  Dick Gallup,  Bernadette Mayer, Jim Brodey Lewis Warsh, Alice Notley, Michael Brownstein, Harry Mathews y David Shapiro. Colaboraba con muchos de ellos pintando cubiertas para sus libros, ilustrando poemas o acompañándolos de pinturas, se relacionaba con sus integrantes y los retrató en un buen puñado de pinturas. Toda esta interacción, se vería reflejada en constantes creaciones de unos y otros, construyendo una serie de obras que se sumergen entre las distintas formas de expresión artística. Así, unos pintaban a otros, los otros escribían poemas, se realizaban críticas y artículos donde se referenciaban, se reunían en fiestas y cócteles, y en definitiva, se generó una conexión en sus obras que se ve influenciada y reflejada, tanto en los trabajos múltiples como en las obras puramente individuales.

Katz se sentía fascinado por toda esta poesía que emerge viva, espontánea y radiante: «Para mí, a finales de los cincuenta y en los sesenta la poesía sustituyó al jazz. La poesía estaba viva. En los sesenta la poesía era fantástica más estimulante que la pintura. La poesía era una manera de seguir lo consciente y lo inconsciente».

Su pintura

Según el propio Katz, «a principios de los cincuenta estábamos desmontando las formas», Jackson Pollock arrasaba con su propuesta artística y el expresionismo abstracto estaba en su punto álgido, sin embargo, permaneció fiel a su propio instinto, que le decía que se mantuviera en la figuración, que pintara lo que siempre se había pintado, pero dándole un nuevo enfoque. Haciéndolo con su propia mirada, con sus propios colores, aunque el resultado no se asemejara en nada a la realidad. Una búsqueda de la figuración en el color, porque la importancia del color en sus obras es inevitable: cada objeto, sombrero, jersey e incluso el rímel de labios es una excusa para justificar el empleo del color en expansión, con toda su luz. Así pues, más que el propio objeto de un color, es el color el que forma el objeto.

Su pintura se homogeniza evitando la textura, apostando por figuras planas, a menudo absolutamente idealizadas. En palabras del propio artista: «técnicamente, me gusta un tipo de pintura homogénea y, filosóficamente, en un plano más irracional, una especie de sentimiento positivo sobre la idea de estar vivo». Estar vivo, porque ¿qué significa estar vivo? Las pinturas, obras de gran formato en las que a veces aparecen escenas cotidianas pero que, mayormente, se enfocan en primeros planos de sus modelos, muestran el aspecto de estar vivo, ese estar aquí y ahora, pero visto desde lo externo, desde la imagen que mostramos al mundo que nos rodea. Hay una constante en la pintura de Katz, sus obras no se adentran, ni siquiera se acercan a la parte dramática de la vida, si bien, sí que persiguen ese retrato esquemático de la existencia, tomando por ejemplo la obra «El fuego I», donde retrata a una persona que, con su mechero, da fuego a otra que enciende su cigarrillo, algo que podría pasar tan inadvertido por ser una escena cotidiana. O en «Round Hill», donde una serie de personas disfrutan de un día de descanso al aire libre, leen, hablan de temas mundanos, tal vez bromean sobre alguna anécdota… pasan el rato, se distraen sumidos en un pequeño lapso en la rutina; porque la realidad también es esa: nos evadimos y distraemos, nos entretenemos y disfrutamos de las cosas mundanas. Ese es nuestro día a día. Y era así cuando realizó la pintura, y lo sigue siendo en la actualidad, otorgando una vigencia a una pintura realizada hace varias décadas. Algo similar, aunque en otro contexto, sucede durante una fiesta, donde un grupo de personas reunidas habitan el espacio y se entretienen durante sus horas libres, charlando, fumando, bebiendo y disfrutando de la noche. Así surge la pintura «Cocktail Party»: «Intentaba mostrar un segmento de nuestra época y nuestra multitud. Así es como éramos en aquella época, y eso es lo que hacíamos. Bebíamos y fumábamos cigarrillos. ¡Bien! Todo eso, como la ropa negra, eran cosas sociales en aquella época». En cierto modo, sus pinturas reflejan «esa sensación inmediata de lo que uno ve antes de enfocar la mirada». Es frecuente, además, el juego de sacarlas de ese contexto, es decir, también el paisaje natural o el del lugar donde se celebra la fiesta o reunión, se convierte en un fondo de color homogéneo, un lugar indeterminado donde se da esa reunión en la que un grupo de personas se encuentra. Utilizar el ingenio para extraer las figuras de su contexto y enmarcarlas en un espacio vacío, de un color determinado, en el cual se asientan como si se tratase de su estado natural.

Escenas corrientes, un paseo por la calle, una reunión familiar, un descanso en la oficina… todo lo que se podría hacer de forma ordinaria, pero que consigue profundizar de manera que le otorga cierta carga de misterio. La moda, por otra parte, también obtiene gran parte de importancia. Realmente es algo con lo que convivimos día a día: esos enormes carteles publicitarios, ese bombardeo de publicidad que nos invade ofreciéndonos nuevos productos constantemente, los nuevos estilos que surgen continuamente… Todo ello queda reflejado en las situaciones aparentemente cotidianas de las figuras que pueblan las obras del pintor norteamericano.

Con los años, es frecuente identificarlo como pintor precursor del Pop Art, una significación que si bien, puede identificar parte de su obra, queda lejos de aglutinar todo el conjunto de la propuesta creativa de un artista que lleva trabajando toda una vida. Ciertamente, su técnica y estilo son difíciles de encasillar, más allá del propio indicativo al que se apela, el artista no se encuadra en ninguno de los movimientos surgidos y presentes a lo largo del siglo XX y XXI pero lo que sí está claro es que su obra, con el paso de los años, se ha convertido en una parte importante de la pintura norteamericana de la segunda mitad del siglo XX.

Reflejo del lado social del ser humano

Es interesante como su pintura se adentra en el lado más social de lo humano, dando protagonismo a esa máscara que se muestra en un entorno determinado, dependiendo del contexto en el que se encuentre. Y también lo es las diferentes interacciones que se dan en este sentido. Si bien, su pintura  no se adentra en la psicología íntima, en aquello que nos individualiza (y al respecto ha recibido algunas críticas precisamente por ello), refleja bastante bien el carácter social del ser humano civilizado. René Ricard decía de algunos de sus retratos de poetas: «en una pintura, si consigues la luz apropiada, si la luz puede dirigirse a una época y a una sensación, la pintura no envejecerá. Las pinturas con John Ashbery, Frank O’Hara o Jimmy Schuyler, aunque ya antiguas, no tienen apariencia de viejas. Todavía son frescas, con la misma luz de colonia de verano. Tal vez sea porque sus ropas vuelven a estar de moda, pero no lo creo». Pinturas que fueron realizadas hace décadas, siguen permaneciendo vigentes hoy día, a pesar de los muchos cambios que ha habido entre las distintas épocas. Esto también podría verse reflejado en los trabajos para visualizar sus obras en el metro de Nueva York: se debía componer un programa donde además estuviera incluida toda la diversidad sexual de la Gran Manzana y, como indicaba Guillermo Solana en la conferencia que tuvo lugar para presentar la retrospectiva que le dedica el Museo Thyssen-Bornemisza: «Las imágenes pueden ser reinterpretadas porque con las caras, con los rostros de Alex Katz habían creado toda una historia de parejas en el metro de Nueva York. Eso nos da una idea de la vigencia y la actualidad de su trabajo».

El antes y el ahora

En la década de los noventa Katz buscó un retorno a la naturaleza, pintura que había dejado de lado por los retratos, pero manteniendo esa apuesta por el gran formato, obras cargadas de color y de luz, que en algunos momentos no solo rozan, sino que traspasan la figuración convirtiéndose en grandes abstracciones.

La larga trayectoria de Katz, ha llevado a que su obra forme parte de las colecciones más importantes del panorama artístico como el Museo Reina Sofía, el MoMA, el Whitney Museum o el Metropolitan Museum entre otros. Pero además, dado que a día de hoy sigue en activo, su pintura más reciente es expuesta en galerías, con lo que su producción actual confluye con sus creaciones más tradicionales.

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