Juan Soto es casi nueve meses más joven que Adley Rutschman, un receptor que batea a ambos manos con poder y promedios sobre el que los Orioles diseñan su vuelta a la competencia y que Baseball America lo coloca como el prospecto número uno del béisbol sin haber debutado en la MLB.
Sin embargo, a los 23 años Soto tutea sus estadísticas con Babe Ruth, Joe DiMaggio y Hank Aaron a su edad; tiene un título de bateo, 98 jonrones y casi 500 hits, una Serie Mundial y fue segundo en las votaciones al MVP, todo esto un lustro antes de la edad a la que los jugadores de posición rozan su techo de rendimiento.
Hechos que alimentan las proyecciones para tocar el cielo y les permiten afirmar, sin inmutarse, que rechazó una extensión de US$350 millones, una fortuna que en béisbol la ha ganado menos de una decena de peloteros.
Pero ya Soto, al igual que otros fenómenos como Fernando Tatis Jr., Vladimir Guerrero Jr., Rafael Devers o Eloy Jiménez tuvieron que afrontar una temporada tan anormal como esa 2020 donde el COVID-19 provocó que esa zafra fuera de 60 partidos, 102 menos que un curso normal.
Es marzo, cuando deberían estar en Florida y Arizona cerrando la preparación para la campaña 2022, a este quinteto de estrellas precoces se les puede ver entrenar en el país, coincidir con ellos en centros comerciales, conciertos, playas y ofrecer entrevistas a medios locales sin tener que tomar avión.
¿Cuántos imparables de todo tipo, cuántos ponches propinados, cuántos lideratos, premios, cuánto hubiesen inflado sus estadísticas y valor estos jugadores si no se hubiesen suspendidos esos partidos de 2020? ¿Cuánto se pueden perder si el sindicato y la liga demoran en alcanzar un acuerdo? Ya han sido canceladas dos series. Una explicación que será necesaria recordar a los más jóvenes dentro de dos décadas cuando se sienten a realizar el complicado ejercicio de comparar jugadores.