La sociedad nacional ni siquiera ve con asombro la cantidad de accidentes que ocurren en nuestras vías, en donde terminan involucrados vehículos pesados, sean estos camiones o autobuses.
Los medios señalan a diario innumerables casos con víctimas humanas y sin víctimas, pero éstos últimos amenazando ser catastróficos, incluso en pérdida materiales, por lo que vemos en las reseñas.
Las autoridades no dan a conocer los indicadores al respecto ni tampoco toman las medidas de lugar para corregir o eliminar los factores de riesgo atribuidos a los percances.
La red vial dominicana continúa siendo de las más peligrosas del mundo de acuerdo a los estudios estadísticos comparativos de los organismos no gubernamentales.
Los esfuerzos en inversiones en infraestructuras seguras por lo visto no son tan eficientes al permanecer el estado de la movilidad en situaciones críticas.
Los vehículos pesados se han convertido en protagonistas de primer orden no solo porque constituyen un componente esencial en la cadena de suministros, sino por el creciente recorrido y a su vez el aumento de las siniestralidades, con la ausencia total de las previsiones de lugar de parte de los organismos competentes.
En la República Dominicana no se está tomando en cuenta la seguridad en la logística del transporte de mercancías ni de pasajeros en las carreteras y autopistas, mucho menos en las ciudades. Tanto que en el manejo del tema se muestra incapacidad para enfrentar los problemas del tránsito.
Restarle importancia al tema va más allá de un país desorganizado e indiferente, pues la competitividad es cruelmente afectada por falta de autoridad.
Tenemos una crisis en ese orden y una negación absoluta oficialista de que su fatídico alcance radica en la falta de una movilidad segura.
No reconocemos el problema ni mucho menos planificamos para erradicarlo.
Preferimos ante esa negación oficial propiciar espacio a la indiferencia en la sociedad dominicana.
Pues ante la ocurrencia de tantos eventos que afectan el desarrollo y el desenvolvimiento de la gente y el comercio, prima la manipulación y las mentiras, para lo cual se usan ciertos comunicadores con un fin político, teniendo a su disposición recursos tecnológicos y dinero, a veces ilimitados.
Cientistas sociales llaman resiliencia actualmente a ese fenómeno de comportamiento acondicionado, concepto que tendrán que revisar, porque más bien están causando daños a nuestras generaciones, presente y futura, mientras crecen los desaciertos y la inacción de todos los sectores sin excepción.
Cuando la última crisis inmobiliaria estadounidense, recuerdo que el presidente Barack Obama solicitó al Congreso la aprobación de un presupuesto complementario para enfrentarla apelando a la sensibilidad de la seguridad vial y la necesidad de inversiones en infraestructuras para la recuperación y estímulo de la economía. En tanto el sector privado rediseñó su logística de transporte, resultando una disminución de un 19% de las víctimas fatales en ese período crucial.
Igual sucedió durante la pandemia del COVID 19, registrándose una reducción de los decesos en las vías de un 9%.
En Europa y Asia, el transporte transnacional en esa época fue grandemente afectado, agravado por la guerra de Rusia-Ucrania, impactando la entrega de productos y servicios a nivel global.
Los índices de siniestralidad bajaron significativamente porque se implementaron políticas de buenas prácticas no solo porque disminuyó la participación de los camiones y las entregas a menor escala.
En cambio, las vías nacionales se han convertido desde entonces en una verdadera amenaza a la tranquilidad; y los usuarios sin controles ni vigilancia en candidatos a la tragedia.
No se trata de acciones mediáticas, sino de actuaciones permanentes que planteen un real cambio en el bienestar de la gente, acorde con los grandes problemas económicos tal como se percibe en la población pudiéndose degenerar en conflictos sociales y hasta perturbar la gobernabilidad y la paz social.