Donald Trump resurgirá tras un intento de magnicidio como un héroe mítico aún mayor de su movimiento MAGA con la Convención Nacional Republicana que se inaugura este lunes tras dos semanas extraordinarias que han transformado la campaña de 2024.
Más de 24 horas después, el horror del tiroteo del sábado apenas comienza a destilarse en un nuevo e impactante trauma nacional. Pero tanto el expresidente como el presidente Joe Biden están buscando la manera de sortear las réplicas políticas.
Un intento de magnicidio contra un candidato presidencial, con todas las alusiones históricas que evoca, hace temer que el derramamiento de sangre engendre más derramamiento de sangre, ya que la política tóxica de la última década amenaza con dar un giro aún más ominoso.
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“Un expresidente fue tiroteado, un ciudadano estadounidense asesinado mientras simplemente ejercía su libertad de apoyar al candidato de su elección. No podemos —no debemos— seguir por este camino en Estados Unidos”, dijo el presidente Joe Biden, haciendo un llamamiento a la calma y a la unidad de una nación polarizada, en un discurso pronunciado desde el Despacho Oval este domingo por la noche. El presidente lamentó la muerte de Corey Comperatore, bombero y padre de familia, que murió en el mitin de Trump protegiendo a su familia y se sumó a la inquietante lista de estadounidenses caídos por la violencia política.
El presidente de la Cámara de Representantes, el republicano Mike Johnson, se sumó a los llamados a la moderación en declaraciones a CNN: “Es un momento oscuro en la historia del país. Es un momento peligroso. Y hemos estado sugiriendo que todos los cargos electos, desde el presidente hacia abajo, intenten realmente unir al país. Necesitamos un mensaje unificado. Necesitamos bajar la temperatura”.
En su primera entrevista desde el atentado contra su vida, el expresidente prometió que su discurso principal en la Convención Nacional Republicana (CNR) este jueves —que se esperaba que fuera una actualización de su discurso inaugural en el que mencionó la “carnicería estadounidense” en 2017— sería “muy diferente”.
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“Esta es una oportunidad para unir a todo el país, incluso a todo el mundo”, dijo Trump a Salena Zito, del Washington Examiner.
Las dos semanas transcurridas desde el debate presidencial de CNN han cambiado el guión de una carrera que, con todas sus peculiaridades, había sido relativamente estable entre dos candidatos impopulares, a ninguno de los cuales el público quería realmente.
Trump se presentará en una convención ante muchos seguidores —que ya lo veían con una luz casi divina, sobrehumana— tras haber escapado de la bala de un posible asesino, para reclamar su tercera candidatura consecutiva del Partido Republicano. Los terribles acontecimientos del fin de semana no harán sino reforzar su control sobre su partido. Y los encuestadores estarán atentos para ver si la simpatía por lo ocurrido aumenta su ventaja, ya creciente, en los estados indecisos.
Biden, por su parte, ha pasado las dos últimas semanas luchando por salvar su propia candidatura, después de que su debacle en el debate de Atlanta expusiera las dificultades de este hombre de 81 años con la edad y desatara el pánico entre los demócratas a que entregue a Trump la Casa Blanca y al Partido Republicano el monopolio del poder en Washington. El alboroto por el intento de asesinato de Trump puede pausar la rebelión intrapartidista contra Biden por ahora, especialmente cuando asume su papel como líder de una nación en crisis repentina.
Sólo los estadounidenses de más edad vivieron los asesinatos políticos de la década de 1960, y los que recuerdan el intento de matar al presidente Ronald Reagan en 1981 son ahora de mediana edad. Así pues, millones de personas, que ya han soportado los paroxismos políticos de los últimos años, experimentan ahora por primera vez la consiguiente y aterradora sensación de una nación fuera de su eje.
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Pero a pesar de la conmoción de los últimos días, la política siempre llenará un vacío; especialmente después de una tragedia política. De hecho, el desafío de Trump —fue fotografiado con la cara manchada de sangre y apretando el puño mientras el Servicio Secreto le sacaba a toda prisa del escenario el sábado— fue un gesto que probablemente definirá su carrera y su vida.
“Mucha gente dice que es la foto más icónica que han visto nunca”, dijo Trump a The New York Post este domingo. “Tienen razón, y yo no he muerto. Normalmente tienes que morir para tener una foto icónica”.
Es demasiado pronto para saber cómo responderán los votantes a los sucesos profundamente perturbadores del mitin de Trump en Butler, Pensilvania, o a la promesa del presidente en funciones de que está en condiciones de servir hasta enero de 2029 a pesar de su actuación en el debate. Pero las decisiones que cada uno tome en los próximos días y el tono que intenten imprimir serán decisivos para la evolución de la campaña.
Hay algo en las elecciones que probablemente no cambiará. En una nación que ya estaba profundamente dividida, el voto básico tanto para Trump como para Biden probablemente estaba asegurado. Decenas de miles de votantes en un puñado de estados indecisos probablemente siguen teniendo en sus manos el destino de la Casa Blanca y el futuro de la nación.
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Las opciones tácticas de Trump
La convención, que se celebra en el estadio de los Milwaukee Bucks, en el estado de Wisconsin, un campo de batalla crítico, formalizará la candidatura de Trump en la legendaria votación nominal de los estados. Y el Partido Republicano está a la espera de que designe a su candidato a la vicepresidencia, después de un proceso al estilo de los reality shows en el que ha dado a conocer a posibles compañeros de fórmula, como el gobernador de Dakota del Norte, Doug Burgum; el senador de Florida, Marco Rubio; y el senador de Ohio, J.D. Vance.
El expresidente dijo a sus seguidores en Truth Social este domingo que había estado planeando retrasar su viaje a Wisconsin por dos días, “pero acabo de decidir que no puedo permitir que un ‘atacante’, o asesino potencial, obligue a cambiar la programación, o cualquier otra cosa”.
Trump ha llevado su intento de recuperar la Casa Blanca como una campaña de venganza personal y política en medio de sus afirmaciones de que sus casos legales, incluida su condena en un juicio de pago de dinero por silencio en Nueva York y dos juicios pendientes sobre su intento de frustrar la voluntad de los votantes en 2020, son prueba de persecución política.
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No puede haber justificación para un intento de asesinato de un candidato, un asalto a la democracia. Pero si el ataque del sábado surgió de una fétida cultura política, Trump ha sido un participante entusiasta con una retórica que a menudo parecía incitar a la violencia y que embrutecía la plaza pública. Esto incluyó sus teorías de conspiración racista sobre el lugar de nacimiento del expresidente Barack Obama y la aparente burla de las heridas sufridas por Paul Pelosi, el marido de la expresidenta Nancy Pelosi que fue atacado con un martillo dentro de su casa. La convocatoria por parte del expresidente de manifestantes en Washington el 6 de enero de 2021 y su llamamiento a que “lucharan como el infierno” precedieron al asalto al Capitolio de Estados Unidos y a la paliza a agentes de Policía por parte de sus partidarios.
Trump se enfrenta a una disyuntiva. Podría interpretar el intento de magnicidio como un catalizador para una retórica menos envenenada. Podría ser un movimiento políticamente astuto en un momento en el que muchos estadounidenses se sienten atemorizados. Sin embargo, su conducta en el pasado significaría que muchos votantes tendrían dificultades para creerle.
La alternativa sería encajar el intento de magnicidio en sus afirmaciones de persecución personal por parte de una “izquierda” amorfa que pretende aplastar sus ambiciones políticas, acabar con su libertad a través de los tribunales e incluso acabar con su vida. (La motivación del atacante solitario que apuntó a Trump no está clara hasta ahora mientras continúan las investigaciones).
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Si Trump reacciona al ataque contra su vida prometiendo venganza, la actual crisis política y el momento de agitación nacional podrían empeorar considerablemente.
Muchos políticos republicanos hicieron llamamientos a la calma y a la relajación de la retórica política tras el tiroteo, al igual que los demócratas. Pero algunos legisladores del Partido Republicano también parecían estar usando sus comentarios para tratar de acallar las críticas a un expresidente que trató de anular las elecciones de 2020 y que ha prometido buscar “retribución” en un segundo mandato.
Vance, por ejemplo, escribió en X que “la premisa central de la campaña de Biden es que el presidente Donald Trump es un fascista autoritario que debe ser detenido a toda costa”. Y añadió: “Esa retórica condujo directamente al intento de asesinato del presidente Trump”. La elección de Vance como compañero de fórmula de Trump enviaría, por tanto, un mensaje inequívoco.
Y Johnson acompañó sus llamadas a la calma insinuando que los demócratas —al avanzar sus argumentos contra Trump— habían instigado de alguna manera el intento de asesinato.
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“Es una verdad objetiva que Donald Trump es probablemente la figura política más perseguida y atacada de la historia, sin duda entre los presidentes, tal vez al menos desde Abraham Lincoln, en la época de la Guerra Civil”, dijo el republicano de Luisiana a Anderson Cooper, de CNN. “Eso pasa factura, (…) Cuando mis colegas salen y dicen: ‘La democracia terminará, la república estará en una etapa de emergencia si Donald Trump gana para presidente’, simplemente no es cierto”.
Y añadió: “Cuando dicen ese tipo de retórica y la calientan así, hay gente ahí fuera que se toma estas cosas a pecho y actúa en consecuencia”.
El nuevo reto político de Biden
Biden se enfrenta ahora a una de las pruebas más intrincadas de destreza presidencial desde hace años. Está abrazando su deber de proteger el discurso político —incluso el de un oponente— y ha pedido que se investiguen los aparentes fallos del Servicio Secreto en el atentado. Al mismo tiempo, está tratando de revivir su propia fortuna política pareciendo presidencial, sin dejar de enfrentarse a Trump.
El despliegue del poder simbólico del cargo por parte de Biden —y la atención puesta en la Convención Nacional Republicana de esta semana— puede servir para disipar las preocupaciones demócratas sobre sus perspectivas, aunque todo lo que se necesitaría para reavivar las preocupaciones públicas serían más actuaciones públicas alarmantemente inestables.
Su discurso en el Despacho Oval, aunque conmovedor, estuvo marcado por varios de los deslices verbales de los que Trump se ha burlado sin piedad y que, tras el desastre del debate, han convertido cada acto público en un examen insoportable de su capacidad.
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Biden se enfrenta ahora a la difícil decisión de cuándo volver a la ofensiva contra Trump, una decisión que puede estar condicionada por el tono que adopte su rival. Pero sutilmente dio a entender durante su discurso en el Despacho Oval que no suavizará sus advertencias de que su predecesor y posible sucesor representa una amenaza para las libertades democráticas que definen el alma de Estados Unidos.
Lo hizo citando varios sucesos en los que Trump, sus partidarios o grupos de extrema derecha estuvieron implicados, mencionando a “miembros del Congreso de ambos partidos que fueron atacados y tiroteados, o una turba violenta que atacó el Capitolio el 6 de enero, o un ataque brutal contra el cónyuge de la expresidenta de la Cámara Nancy Pelosi o… la intimidación a funcionarios electorales, o el complot de secuestro contra una gobernadora en funciones (la demócrata de Michigan Gretchen Whitmer) o un intento de asesinato contra Donald Trump”.
“No hay lugar en Estados Unidos para este tipo de violencia, para ninguna violencia jamás”, dijo Biden.
Sus sentimientos son compartidos por muchos. Pero la amarga experiencia sugiere que podría no ser el último presidente en decirlo.
Fuente: CNN Español