En la arena blanca de una playa paradisíaca irrumpe una torre de hormigón similar a la de una cárcel: es el inicio de 164 km del muro que construye República Dominicana para “protegerse” de la inmigración ilegal, la violencia y el contrabando de Haití.
Militares fuertemente armados lo custodian y en los tramos más calientes hay vehículos blindados.
La estructura -una base de concreto y, el resto, una verja con alambres en el tope- es una bandera del gobierno del presidente Luis Abinader.
Abinader endureció su política sobre Haití con más redadas migratorias, cientos de miles de deportaciones, el cierre de los pasos fronterizos y el muro, que vende como “una de las obras más importantes y que cambiará para siempre la República Dominicana”.
La valla arranca en Pedernales, un pueblo de playa que aspira convertirse en polo turístico y hace frontera con Anse-à-Pitre. La violencia de las pandillas, que tomaron sectores enteros de Puerto Príncipe, a 140 km, acá no se percibe.
Los niños juegan junto a un río, mientras camiones y comerciantes cruzan de Haití a Dominicana a una zona franca binacional.
La actitud de los cuerpos de seguridad es más distendida que en puntos mucho más calientes de la frontera como Jimaní, el más cercano de la capital haitiana (53 km). El portal fronterizo es una rudimentaria cerca con palos de madera, similar al de una finca y muy distinto de las puertas metálicas en otros cruces más transitados.
“Ellos tranquilos, son hermanos”, dice a la AFP Eleodoro Matos, líder comunitario en Pedernales.
“SIMBÓLICO”
El muro ocupará 164 de los 340 km de frontera que comparten los dos países de la isla La Española.
Las torres de vigilancia miden 9 metros, el muro de hormigón tiene 20 cm de espesor y 1,50 de altura, seguido por la verja de casi 2 metros.
Abinader asegura que delitos como el robo de ganado, motocicletas y vehículos bajaron 80% en algunas zonas. Y ha prometido que de ser reelecto extenderá la construcción a zonas montañosas, donde se reporta un incremento de cruces.
Y salvo la de los activistas, parece no encontrar objeción: su principal rival, Leonel Fernández, defiende políticas migratorias de mano dura, mientras que 70% de la población aprueba la gestión del mandatario, según encuestas.
“Tiene un efecto que es simbólico, que va a ayudar a tener quizás ciertos controles”, opina Odanis Grullon, de 29 años, sentado en una mesa de su restaurante a la orilla de la paradisíaca playa de Pedernales, a 1,5 km de la verja.
“A la hora de que exista un estallido en Haití ese muro…”, se interrumpe, escéptico de su efectividad si escalase la violencia en áreas fronterizas.
Juan Del Rosario, experto en temas fronterizos, coincide al considerar que “no es efectivo”. “La presión migratoria no se detiene con infraestructura física ni tecnológica”, explica a la AFP.
“Dificulta ahora el paso de ganado (de contrabando) en donde se ha concluido, por ese lado, podemos decir que hay cierto control; sin embargo, ilícitos como drogas, armas, eso no se ha controlado todavía”, añade.
“UN NEGOCIO”
Las fuerzas armadas reforzaron su presencia en la frontera cuando estalló la más reciente crisis en Haití. La presencia de soldados en Jimaní es mayor, hay más retenes en las carreteras y el paso al muro, construido detrás de un lago, está bloqueado.
“Son órdenes”, responden los soldados.
Está, además, la corrupción. “Eso (del muro) no funciona aquí”, dice Juan Enrique Matos, comerciante en el mercado El Paso de Jimaní, poco concurrido por estos días tras el estallido en Haití. Los haitianos le “dan su plata al guardia y los dejan cruzar. Eso es un negocio que hay”, denuncia.
Es secreto a voces en este pueblo, aunque pocos se atreven a decirlo abiertamente.
“Pasan por donde quieran”, señala Brian Baptista, de 25 años y comerciante en Jimaní, donde la mayoría de los vendedores son haitianos y el creole se escucha en todos lados. “Por el monte, por la puerta…”.