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Gregorio enfrenta la combinación agobiante de pobreza y discapacidad

Un ánimo envidiable, más alto que el de cualquier persona que pueda realizar un uso pleno de sus facultades físicas y tenga las comodidades esenciales para tener una “buena vida”, podrían describir perfectamente la actitud de Gregorio Alberto Serrano.

Quien le ve, el mismo reconoce, puede confundirle con un vagabundo, una persona sin familia ni hogar, esto debido a su deprimente estado físico, y su descuidada apariencia y su andar, que va todo lo rápido que la silla de ruedas en la que se desplaza le permite.

Gregorio tiene 56 años, pero luce mucho mayor, y en el 2021 sufrió un accidente que le ocasionó una lesión en su pierna izquierda, de la que, luego de varias infecciones y largos procesos de curación, sigue siendo esclavo.

“Estoy condenado en esta silla de ruedas, no aguanto la espalda, pero hay que seguir para delante. A pesar de todo, Dios ha sido demasiado bueno conmigo, me da siempre lo que le pido y es el que me tiene aquí”, reconoció.

El accidente

Hace tres años un motorista atropelló a Serrano y le provocó lesiones en la pierna izquierda y el tobillo. La falta de los cuidados necesarios y las atenciones de un médico pertinente, agravaron la situación y lo ha dejado desde entonces movilizándose de un sitio a otro por la destreza de sus manos para empujar su propio cuerpo en una silla de ruedas.

Tiene hermanos y familia, más no esposa ni hijos. El hombre vive en un pequeño cuartito en el que se ha acomodado según su condición y, a falta de posibilidades de trabajar, vive de la caridad de sus amigos y allegados.

“No me gusta pedir, pero tampoco tengo de otra porque mis hermanos me ayudan, pero son igual de pobres que yo”, mencionó Serrano con actitud relajada a las afueras del concurrido Hospital Docente Francisco Moscoso Puello.

Necesidad de una pensión

Antes, Gregorio Serrano era un “buscón”. Trabajaba de lo que fuera con tal de conseguir dinero suficiente para comer y mantenerse; sin embargo, desde el accidente no ha vuelto a pintar, que era su principal oficio, ni a hacer ninguna otra cosa.

Ahora, quienes eran sus amigos, que a medida que pasa el tiempo se han ido reduciendo, le ofrecen 50 o 100 pesos para que se ayude como pueda.

“No me dan trabajo, porque yo no puedo trabajar así. Me dan el dinero y yo lo que hago es que voy y compro algo con lo que yo pueda hacer de cena”, afirmó levantando su muslo derecho para mostrar una pequeña funda de colmado en la que llevaba varios pedazos de yautía que acabada de comprar con 30 pesos que le regalaron.

Contó que así son sus días. La mayoría, a la merced de que alguien le dé para comer, ya sea alguno de sus hermanos, o que sucumba ante la desesperación y pida a quien entienda que puede darle.

Asimismo, narró que desde hace un tiempo ha estado detrás de conseguir una pensión por discapacidad, que incluso le fue propuesta por un diputado del Distrito Nacional que le incumplió.

“Necesito una pensión, no estoy llevando una buena vida. La solicité, pero no me dicen nada y verdaderamente necesito ayuda porque el que está cerca de mí, el que tiene intenciones de ayudarme, es más pobre que yo”, indicó Serrano.

Sus cuidados generales, a pesar no poder pararse, por las razones ya mencionadas, están completamente a su cargo. El lava su ropa, cocina y realiza los quehaceres que están a su alcance en el hogar que describió como pequeño.

De acuerdo a lo que especificó, acude interdiario, solo, desde Villas Agrícolas, específicamente desde la calle Seibo 219, donde vive, hasta el Moscoso Puello, a curarse el pie.

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