Marco Antonio González solía pescar en el Río Grande, en la frontera entre México y Estados Unidos, pero con la llegada de cientos de migrantes a diario vio en las orillas otra forma de ganarse la vida.
“Una vez que pescando me encontré 100 dólares que venían en una bolsa, empecé a venir. Y como ahora que aquí por toda la calle hay harta ropa (…) Aquí me mantengo”.
El mexicano de 37 años recoge las ropas que los migrantes dejan al cruzar el río, el último obstáculo que cientos de miles enfrentan cada mes para llegar a territorio estadounidense, y las lleva a un refugio en la fronteriza Piedras Negras, donde a cambio recibe alimentos.
“Me la llevo de aquí a la Casa del Migrante, y la madre, como ya me conoce me da una buena comida, arroz, frijoles, aceite, papel de baño“, dijo a González a la AFP a la orilla del río en la ciudad texana de Eagle Pass.
Del lado estadounidense, el conservador gobierno de Texas ha recubierto buena parte de la orilla con una tupida maraña de alambre de púas para limitar el acceso de los migrantes, que continúan llegando en números de tres dígitos a diario.
Muchos abandonan en esta orilla las pocas pertenencias que les restan luego de miles de kilómetros de carretera desde países como Venezuela, Honduras, Guatemala y El Salvador.
El pan nuestro de cada día para González.
“Ya llevo como cuatro años en esto”, comentó justo después de recoger las prendas de ropa que un grupo de unas treinta personas dejó al cambiarse en la orilla tras cruzar el río.
Un joven, que había ido al agua poco antes para ayudar a otros a cruzar, lo acusó de robarle su mochila y entró en llanto porque en ella estaba su teléfono y su documento de identidad.
González lo negó y le dejó revisar su bolsa de ropa.
“Piensan que soy esto, que soy lo otro”, dijo. “Al contrario, estoy para ayudar“.
El hombre, que conoce el río y sus caprichosas corrientes, dice que muchos lo acusan también de pasar a los migrantes de orilla a orilla.
“Nada, a veces les tengo que ayudar porque se les están ahogando los niños”.
“Aquí se han ahogado varios (…) También a veces la policía los golpea y los avienta”, dijo refiriéndose al lado mexicano.
Padre de tres, González ve a diario decenas de migrantes en las calles de Piedras Negras. La demanda no falta, dice. La basura de unos es tesoro de otros es su mantra.
“No me gusta ver las cosas que se están echando a perder”, cuenta señalando a su alrededor, donde camisetas y pantalones aún cuelgan del alambre de púas. “Porque hay gente que está más necesitada que uno”